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Difícil de explicar lo que me llevó a Serbia, y lo que me llevo de Serbia. Aun más difícil es entender el país que es, que alguna vez fue y dejó de ser para renacer tantas veces. Aun recuerdo la guía diciendo, “Nací en el año ´91 y desde entonces viví en 4 países distintos sin moverme de estas tierras”.
Pareciera que cada una de las esquinas que dos calles reúnen, fueran de un país diferente y contarán una historia completamente distinta. Más de 44 ataques. Décadas de comunismo, Tito, años de gloria. Guerras entre guerras. Grandes edificios de la época comunista, del siglo XIX y modernistas abriéndose un lugar en cada manzana. El cirílico y el latin luchando por ser el alfabeto protagonista. El Danubio bajando corrientes de toda Europa. Y algunas respuestas a todo esto permanecen hace años a puertas cerradas dentro del museo nacional en la plaza de la República. Los rincones parecen hablar todos juntos sin ponerse de acuerdo.
Pero ahí, en toda ciudad desgarrada por la historia, renace una flor. El movimiento, el arte, la expresión y reflexión de un pasado apropiándose de los muros de una ciudad que quiere dejar de ser gris.
Y el serbio. Algo me atraía de su personalidad, de su idiosincracia. Algo me era familiar, me sentía un poco en casa. Crudos, directos, ácidos, sin saber si es humor u honestidad, sin pelos en la lengua, sin afán de caerle ni bien ni mal a nadie. Su mambo. De buen tomar y aun más, de buen comer. Ser vegetariano en Serbia, resulta un problema. Al preguntar por un plato de comida de menor tamaño, el camarero miró fijo, hizo una pausa y sin vacilar disparó, “Somos serbios. Tomamos mucho, comemos mucho”. Si te gusta bien, y si no, también. “Hvala” dije, tratando de hablar serbio. “Esta bien, no lo intentes”, respondió el mesero.
Y al cerrar los ojos, aquel paraíso se abre en nuestros oídos. He ahí lo que me llevó hasta los Balcanes: su música. Skadarlija, una pequeña calle adoquinada donde podía pasarme horas detenida, yendo de bar en bar con ojos y oídos atentos, a escuchar el canto más alegre y festivo: la comunión entre un violín y un acordeón hace que la fiesta sea eterna, que la fiesta (a pesar de tanta guerra) se llame Balcanes.