Y del «que se yo» de las callecitas de Buenos Aires, vuelvo al norte para encontrarme con esto.
Mientras yo paseaba por las grandes avenidas porteñas, Amsterdam le daba la bienvenida al otoño. Sentí que éste era otro país que el que yo había dejado poco más de un mes atrás. Aquel se pintaba de hojas verdes y fuertes, de arboles tupidos, de días largos y noches cortas. Ahora, en tan solo un mes vuelvo a descubrir una nueva ciudad. Sus noches son largas, sus días cortos y sus canales se inundan de tonos amarillos y marrones que pasean desde el naranja hasta el rojo. Y si bien ya he vivido el otoño amsterdamés, no deja de sorprenderme. Hace frío acá, si, pero Amsterdam deja relucir lo mejor de sí en cada estación. Tiene todo lo que uno espera de cada temporada: sus hojas amarillas en otoño, la nieve del invierno, las flores más bellas de la primavera y sus verdes árboles en verano. En cualquier momento vale la pena visitarla y enamorarse. Entonces yo, que nunca me gustaron las estaciones frías, logré finalmente entender el verdadero significado del otoño. Y ahora hasta me gusta. Si, con frío y todo. Y si no me creen, estas fotos son la prueba de que el otoño, de repente, puede ser maravilloso.
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