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Drvengrad, también conocido como Küstendorf o Mećavnik, es un pequeño pueblo que Emir Kusturica construyó para su película La vida es un Milagro y en el cual se dice que vive actualmente. Emir Kusturica ha sido una ventana al mundo de la vida de los Balcanes, por él, yo he llegado hasta estas tierras. Y cuando me enteré que tenia su propio pueblo, visitarlo no era algo que estaba en discusión. Conocer a Kusturica quizá?
Luego de varias horas de viaje desde Belgrado en dos transportes diferentes, al llegar ahí, me entero que hoy en día este pueblo funciona como hotel, es una fuente de trabajo para la región de Mokra Gora. La estadía es de precio un poco más elevado que el promedio de hospedaje en este país, sin embargo aun muy accesible comparado con cualquier hostel barato en alguna de las ciudades mainstream europeas y con todos los servicios cubiertos, cosa que no esperaba pero que acepté, y me quedé a pasar todo un día y todo una noche descubriendo los rincones de la creación de Emir.
Situado entre la paz de las montañas al oeste de Serbia, casi al limite con Bosnia, es ademas un pequeño paraíso, un boceto idílico del mundo que todos querríamos tener hasta en el ultimo rincón de la Tierra. Cada calle, cada plaza hace honor a grandes personajes del mundo, que lo han pensado y transformado desde su campo. Que sería del cine sin Igmar Bergman, sin Federico Fellini? Que serían de la ciencia y tecnología sin Nikola Tesla o del fútbol sin Maradona?
Que pasaría si todos los pueblos copiaran la idea y las calles del mundo nos recordaran constantemente los mas bellos e interesantes personajes del arte y la humanidad? Quizá en cada paso, en cada esquina, en vez de guerras, recordaríamos una bella escena de La Dolce Vita, mezclándose en el angulo con el gambeteo de Maradona, entre esculturas y murales, en las plazas un parlante cual mezquita nos musicaliza el paseo, haciendo un raconto de los mejores músicos del jazz y blues que el mundo nos regaló. Un lugar donde el arte es el protagonista no solo de las calles, también de las casas, de los rincones, de las escuelas y los trabajos. Donde sus muros son ideología, donde el peluquero trabaja en la calle Fellini y donde George Bush está preso.
Ahí, en el corazón de los balcanes, en la montaña, ahí arriba en la «nada», Kusturica hizo un pueblo del arte, una fuente de trabajo para los vecinos, una fuente de inspiración para el mundo.
Si Küstendorf es pueblo de arte, imaginemos un mundo de arte; donde los artistas sean los modelos del mundo y no los economistas y las grandes corporaciones. Donde todos seríamos artistas, donde llegar a fin de mes sea terminar un buen libro y nuestro trabajo y nuestro entorno nos alimente de ideas nuevas, revolucionarias y positivas en cualquier parte del planeta. Donde se apague la tele y en vez de publicidad las calles se cubran de frases como «pensá por vos mismo», «se vos mismo». Quizá no solucione los grandes problemas del mundo. Quién sabe. Pero sería un mundo más sensible, más atento, más sincero, por lo tanto un mundo mejor. Puede sonar utópico e ingenuo, sobretodo hoy. Pero no digo hoy, no hablo de revolución, sino de evolución. Quizá algún día. Y eso llegará creyendo y haciendo que sea posible, poniendo cada uno nuestro granito de arena. Así, como hizo Kusturica.
Es por acá.