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Volver… que es volver, me preguntaba mientras veía por la ventana del avión que entrábamos a terreno latinoamericano. Latinoamérica otra vez, mi casa querida, con su inmensidad verde y su cielo siempre celeste. Tan inmensa que hasta pisar terreno se nos vino la noche, y ahi de repente se presenta bajo mis pies su cuadricula perfecta, iluminada caprichosamente por luces frías y cálidas. Ahi estaba Buenos Aires. Como si nunca me hubiese ido. Durante dos años y poco más volví por las noches en sueños a caminar cada calle, llena de música, de discusiones largas, filosóficas y apasionadas, de café y cigarrillos, de librerías amontonadas de libros amontonados. Si, ahi estaba… Buenos Aires, sus calles y su que se yo… Yo, viajera, nostálgica, cargando un bandoneon y los pasos de tango en mis pies; conociendo el mundo y sintiendo que nunca me fui de aquellos pagos. Amándote, odiándote, apasionada en cada paso. Buenos Aires y yo preciaremos ser la misma persona.
Y en tu encuentro te vi más apasionada, más aguerrida, más luchadora, gritando cada vez más alto. Poniéndote de cara a la verdad, a la justicia, entre tanta injusticia. Tus paredes cachetean al caminante en cada paso, aquel dormido, que pretende mirar a otro lado, Buenos Aires se te pone en frente. Buenos Aires, donde los monumentos son librerías, cafes notables de escritores que tampoco callaron, que crecieron con vos. Aun un despojo de su ser se imprime en sus paredes y escuchan atentos las conversaciones porteñas. Buenos Aires de mujeres luchadoras reunidas y autoconvocadas, miles juntas y abrazadas gritando por la vida. De mujeres como las madres de Playa de Mayo que hace 40 años luchan por la memoria, la verdad y la justicia. De mujeres como Evita, luchadora de los derechos de la mujer, combativa, defensora de los que no tienen voz ni voto, aun sigue ahi con una sonrisa al sur y un grito al norte.
Y otra vez el espiral da la vuelta. Así, de la noche a la mañana, como quien no quiere la cosa, como si ya el resto del mundo hubiese quedado atrás, en un sueño, y esa ciudad lo ocupa todo en mi vida; justo en ese momento llega la hora de irse. Aunque sabiendo que nunca me voy. En esta tarde gris de lluvia eterna bien al norte, mientras las piernas duelen por una noche milonguera que te ha buscado por estas calles, te pienso, te escribo, mientras suena un bandoneón.