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Entraba en el tercer año de la secundaria y yo estaba ansiosa y feliz. Suele ser raro que en esa etapa de la vida los adolescentes estén felices por ir al colegio, pero más que nunca sentí que por fin esa institución me estaba enseñando lo que más quería. Finalmente teníamos como materia filosofía. Y no pasó mucho tiempo desde las primeras clases hasta que entramos en el gran mundo de Sócrates y la mayéutica, su método por el cual a través del diálogo y preguntas, el interlocutor descubre las verdades y respuestas por si solo (o bien entender que “sólo se que no se nada”). Esa técnica me generó tal fascinación que intentaba usarla todo el tiempo, incluso a veces hoy trato de no perder la costumbre. Creo que todo aquel que tuvo clases de filosofía en el colegio, pensó, fantaseó alguna vez con visitar Atenas, no? Si no puedo viajar en el tiempo para escuchar a Sócrates, me queda agarrar un libro de sus diálogos (escrito por Platón) y viajar a Grecia, que es lo más parecido a viajar en el tiempo y escucharlo a él.
Y después de muchos años de soñarlo ese día llegó, y llegué yo y mi libro a Atenas, la cuna de los sabios.
Llegamos de noche a la plaza Sintagma, corazón de Atenas y al barrio Plaka. Un barrio típico en el centro de Atenas, de estilo otomano. Al abrir la ventana del hotel nos encontramos con un gran regalo: una vista perfecta del Partenón en la cima de la Acrópolis. Un abrazo de bienvenida que anticiparía la magia de este país, la simpatía de los griegos, la belleza de sus playas, los sabores de su comida, la sabiduría de sus antiguos (pero aun actuales) filósofos. Un abrazo de una cultura diferente, pero hermana.
Sin duda el paseo por la antigua polis era lo más esperado (¿Por dónde habrá caminado Sócrates dando sus largas charlas?). Visitamos el Templo de Zeus Olímpico, el más grande de Grecia, junto con el Arco de Adriano. Adriano fue un emperador romano que admiraba la cultura griega y construyó muchas edificios en la polis pero dándole su toque romano. Entre ellos el ágora romana y la biblioteca de Adriano, inspirada en la costumbre de los griegos de leer libros para transmitir el conocimiento, aunque diseñada con forma de iglesia, es decir, en cruz. Y finalmente las más esperadas: la Acrópolis, la ciudad alta, con fines defensivos y de culto, donde se encuentra el Partenón, templo dedicado a Atenea, diosa protectora de esta polis. El Erecteion, templo dedicado a varias divinidades (Atenea, Poseidón y Erecteo) y que remplazó al antiguo templo de Atenea, que había sido destruido por los persas. Cómo no mencionar los Propileos, el monumental acceso a la acrópolis, y el Odeón de Herodes Ático, espacio para representaciones musicales construido sobre la ladera de la montaña, aprovechando su acústica. Y el Ágora antigua, centro de actividad política, administrativa, comercial y social de la Antigua Atenas.
(Es acá!!, pensé) Esta es la verdadera cuna de los filósofos griegos, donde nacieron estos diálogos y la base de una forma de pensamiento que al día de hoy se alberga en nuestras costumbres y cultura. Es acá donde Sócrates (y luego Platón, Aristóteles como tantos otros filósofos griegos- no quisiera dejar de mencionar a Diógenes, el cínico, uno de mis preferidos…) y sus amigos se oponían a la democracia manejada por demagogos (!); y donde además, Sócrates fue condenado a muerte por “corromper a los jóvenes hablándoles de otros dioses», o bien, haciéndolos pensar.
Si, todo parecería muy actual. Pero estamos hablando del siglo V a.c. (y para que quede bien clarito, siglo cinco antes de Cristo!!) y no mucho parece haber cambiado en 26 siglos… después de todo, 2 milenios y medio no son nada…no? Quizá sea por eso que los filósofos griegos me gustan tanto, aun tenemos muchos pensamientos en común y seguimos discutiendo las mismas cosas… Es más, hoy Grecia es protagonista y víctima de una crisis económica que no muy lejos está de estos antiguos debates. Aun estos filósofos siguen dando vueltas sobre estas calles y estos temas que el mundo no quiere terminar de entender.
Pero a pesar de la crisis el griego le pone rembétika, su música tradicional, que es el idioma universal, y miles de idiomas más. Escuchamos por todos lados políglotas, gente que cambiaba del griego al español, del francés al alemán entre respiro y respiro. Se nota la injusta crisis en Atenas, ciudad a la que el mundo le debe tanto. Pero el griego, que es de una personalidad fuerte y profunda, le pone el pecho, idiomas y una sonrisa. «Griegos, latinos… somos lo mismo», decían todos sonriendo. Y es verdad, entre griegos uno se siente como entre amigos. Debo decir que fue una sorpresa semejante calidez con la que nos recibió este pueblo. Y eso es lo que más me gusta de viajar. No sólo lo que uno espera ver del lugar sino lo que uno no espera, las sorpresas que lo esperan a uno.
Y Atenas no es sólo la Acrópolis, el ágora, la plaza Sintagma y el barrio Plaka. También me regaló muchas sorpresas más. Como aquella sorprendente calidez griega. También sus animales callejeros, los gatos y tortugas! Lo de las tortugas lo escuché pero no me crucé con ninguna, me hubiese encantado… Gatos si, cientos, miles, millones, por todos lados y todo el país. Gatos griegos por doquier.
Y además, dos barrios encantadores, Anafiótica y Monastiraki. Anafiótica es un barrio construido a los pies de la acrópolis, en el siglo XIX por albañiles de la isla Anafi, que habían llegado a Atenas para trabajar en la construcción del palacio del Rey Otón. Es un barrio laberíntico de color blanco y azul, con caminos que conducen a pintorescas casitas y donde cualquier síntoma de tienda comercial brilla por su ausencia. Lo cual emana el verdadero espíritu del barrio y la vida de sus vecinos y sus gatos. Será que yo vengo de un barrio que por eso los prefiero a las grandes ciudades devoradas por el turismo. Ese contacto directo con el local y su cotidianidad, ese aire de que la vida está ahí, sucediendo, es lo que más me gusta y el recuerdo más vivo que me llevo.
Monastiraki es un barrio más turístico de tiendas comerciales pero que no pierde su encanto, con su mercado, puestos y restaurantes, con mucha vida, mucha música y mucho color. Banderines, murales, lámparas decorando las calles y shows de rembétika en cada esquina, que escuchamos al caer la noche.
Continuamos este viaje al norte del país, Meteora, un paraíso donde la arquitectura, la fe y la naturaleza se unen en un sólo lugar. Pero ese el otro capítulo de este viaje…