- Gante, la gran ciudad medieval
- Londres, capital del mundo
- ¡Feliz 2017!
- Dublin, mi preferida
- Berlin es sexy
- Carnaval en los Países Bajos! (o la alegría es sólo brasileña…)
- Portugal, la vieja dama
- San Patricio en Dublin
- Islandia, un viaje a la luna
- Copenhague, la prima de Amsterdam
- 3 años en Amsterdam…
Luego de ese licuado de sensaciones que Londres dejó, aterricé en Dublin.
Se sabe, se conoce, de los irlandeses y de su humor y sus frases de abuelo tan sabio como la montaña en la que vive. Y sin salir del aeropuerto, sus pasillos ya hacían honor a su fama. Grandes carteles que recorrían estos corredores hacia la salida, rezaban una frase que fue, para mí, un abrazo de bienvenida “¿Disfrutaste de lo pacífica y amable que es Londres? De lo bien ubicado que está su aeropuerto en el corazón de la ciudad? Bueno… Bienvenidos a Dublin”. Y se me tatuó una sonrisa en la cara.
Dublin es una ciudad chica y modesta. Es la capital de Irlanda, ubicada en la desembocadura del río Liffey, muy cerquita del mar, y es la ciudad más poblada del país. Me podría quedar horas aquí escribiendo sobre esta encantadora ciudad. Todo me parecía lindo. Absolutamente todo. Desde la innegable zona de Temple Bar, pintoresca, alegre, colorida y con música en vivo a toda hora y en cada rincón, hasta cualquier callejón sin salida un poco alejado del centro y sin ánimos de caerle bien a ninguna persona que pasara por ahi. Sin embargo a mi me gustaba.
Es que Dublin es AUTENTICA. Quizá no sea de esas grandes ciudades europeas con inmensas construcciones grandilocuentes que deslumbran a cualquier paisano, pero es real, hecha por personas y para las personas. No es una ciudad hecha para la máquina o para el sistema publicitario, o para alimentar al monstruo capitalista. Es una ciudad donde su encanto pasa por el folclore y su gente. Las noches eternas de cervezas tan grandes que se nota su herencia vikinga, de música, de bailes y risas y largas charlas entre pinta y pinta.
Es una ciudad cómoda, una ciudad que te invita a caminar, una ciudad que te da consejos, que te hace reír, un lugar donde nunca pareces estar solo. Y le debemos a este país tanta música, tantos libros, tanta cerveza, tanta cultura y leyendas como la de San Patricio (que tantos festejamos desde nuestros países pero pocos sabemos de qué se trata… pero si de festejar se trata, larga vida a San Patricio!). Pero se ve que a pesar de tener uno de los acentos más difíciles de comprender en su idioma, tan solo una sonrisa basta para que Irlanda, Dublin y su gente sigan brindándonos un poco más esa alegría mágica que los hace únicos en aquellos mares, derribando todo mito de que la alegría de la gente depende del clima del lugar.
Y si quedara alguna duda de lo generosa que fue esta ciudad conmigo en mi corta estadía, también tuve la suerte de conocer al mejor guía de la ciudad. Álvaro nos ha llevado en un viaje en el tiempo Paseando por Irlanda , pero además nos hizo reír, cantar, bailar, pensar, (ya mencioné reír?) y enamorarnos de Dublin un poco más.
Tanto me gustó Dublin que el tiempo se me pasó volando y se me hizo muy corto. Pero convencida esta pequeña gran ciudad de que no me iba a dejar ir así nomás, también me despidió dándome lo mejor de si. De nuevo un pasillo, que me llevaría al avión con destino a casa, con otras tantas bellas y sabias frases para recordar. Como un pequeño guiño. Sabía que me volvería a ver. Que no era una despedida sino un hasta la próxima, y el mismo San Patricio será el que me espere con los brazos abiertos. Hasta pronto Irlanda!
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