- Gante, la gran ciudad medieval
- Londres, capital del mundo
- ¡Feliz 2017!
- Dublin, mi preferida
- Berlin es sexy
- Carnaval en los Países Bajos! (o la alegría es sólo brasileña…)
- Portugal, la vieja dama
- San Patricio en Dublin
- Islandia, un viaje a la luna
- Copenhague, la prima de Amsterdam
- 3 años en Amsterdam…
“ Lisboa es sensorial… Caminen, saboreen, miren, oigan, sientan. Es así como hay que descubrir esta ciudad, que es una vieja dama celosa de sus secretos… Su encanto es su decadencia.” dijo Vlado, un chico guía argentino con el que caminé gran parte de la ciudad.
Si hay algo que me gusta de escribir un tiempo después de los viajes, cuando las vivencias ya no son tan frescas y muchas van a parar al cajón de los recuerdos profundos, es que prevalece lo esencial, lo más impactante es lo que aun permanece presente en nuestra mente. Y estas frases de Vlado fueron lo que quedaron en mí. Tanto las palabras en mi mente, como las imágenes en mis ojos. Y sobre todo la última frase.
Realmente el encanto que tiene Lisboa es aquella decadencia elegante, atravesada por la nostalgia y el recuerdo de la pequeña poderosa europea de tiempos remotos. La que abrió las puertas del mundo a Europa, la que marcó caminos, hoy ésta es la historia de aquella vieja señora, que se viste de gala, con sus mejores joyas para mirar las fotos del pasado, en un llanto que es un fado cantado con el alma desgarrada pero firme, insoslayable.
Y si… Portugal ha dejado de ser la gran prometedora puerta al mar, pero esa nostalgia, ese aferro al pasado ha conservado lo más importante que tiene y que muchas otras “señoras” europeas han perdido: autenticidad. Los vecinos, el barrio, la vida cotidiana de un pueblo real aun activo, con su ferretería y verdulería, con la señora que cuelga la ropa en la ventana o que va a hacer las compras al almacén, el señor fumando en la puerta de la casa que aun mira curioso al turista, ese hombre extranjero que quiere conocer su ciudad, esa vieja dama, la gran estrella de tiempo pretérito. Su juventud estelar terminó radicalmente con el gran terremoto y maremoto en 1755. Pero ha sabido conservar sus costumbres; sus mañas siguen vitales desde tiempos inmemoriales, atadas con la melancolía del fado.
La gran masa y los tiempos que corren harán que esto también quede inminentemente en el pasado. Lamentablemente algún día, más pronto que tarde, como en tantas otras ciudades europeas, el barrio será de todos y de nadie, de habitantes temporales de fin de semana. La pescadería se volverá una tienda de souvenirs y la taberna de la esquina una cadena de comida rápida. Pero Portugal, vecina y domadora del mar, sabe controlar las mareas y resiste. Es esa fuerte nostalgia por la juventud de esta vieja dama lo que la mantiene atada a su esencia. Su decadencia es su alma. Y su arma es el fado. Gracias también a Nuno Couto por ayudarme a descubrir Oporto!
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