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Al llegar luego del mediodía, Pompeya parece casi un parque de diversiones. Las plazas de sus entradas llenas de personas sacando fotos acá y allá, grupos guiados, niños correteando y algunos arqueólogos restaurando antiguas columnas. Pero a medida que uno va avanzando empieza a cautivarlo la inmensidad de estas ruinas. Yace muy cerca del volcán Vesuvio toda una ciudad… o lo que queda de ella. Es que Pompeya ha sido castigada en dos oportunidades por la madre tierra; un terremoto, que ha causado grandes destrozos, que poco a poco habían empezado a recuperar cuando la erupción del Vesuvio ya no dio tregua y acabó con todo lo que quedaba y quien habitaba en ella. Aun se encuentran allí los restos intactos de quien fue atrapado entre sus sueños por la furia del Vesuvio aquella noche del año 79.
Las pinturas, las calles, los espacios, cuentan la fortuna que se vivían en aquellas épocas hasta aquel último minuto. Entre sus mansiones, sus comederos, sus anfiteatros y hasta un burdel, parecen resonar entre las paredes los tiempos de gloría de la antigua Pompeya.
Y tan grande es que aun quedan muchos lugares sin recuperar, y a medida que uno se adentra entre los pequeños callejones la esencia de una ciudad devastada y detenida en el tiempo se hace cada vez más intensa.
Ya por la tarde los turistas han desaparecido y la soledad, el abandono y la desgracia de la antigua Pompeya reflejan su verdadera cara.